Pensando como los optimistas


Todo lo que sentimos afecta decisivamente en nuestra manera de comportarnos y de actuar, y esos sentimientos tienen siempre un componente subjetivo, de cómo interpretamos internamente lo que nos sucede.
Los resultados obtenidos variando nuestro estado de ánimo son completamente opuestos.
Si nos sentimos animados y motivados somos capaces de emprender cualquier tipo de labor con confianza y responsabilidad, seguros de llevar a buen puerto cualquier proyecto que nos propongamos.
Si nos enfrentamos a esa misma labor sin motivación suficiente, enfadados o desanimados podemos tener la seguridad de que cualquier pequeño contratiempo servirá para echar por tierra ese propósito.
Un mismo plan puede ser llevado a cabo con éxito o no dependiendo del estado de ánimo de sus responsables.
Estos sentimientos que nos controlan de manera tan determinante no lo hacen, sin embargo, en nuestro comportamiento habitual de forma consciente. Si así fuera no constituirían nunca ningún problema puesto que podríamos racionalizarlos y manejarlos a nuestro antojo.
Sin embargo, vivir a espaldas de que esto ocurre no es sino una irresponsabilidad. Dejar, por ignorancia o dejadez, que estos sentimiento incontrolados lleguen a manejar nuestras vidas, viviendo de espaldas a ellos, es dejar nuestras vidas en manos del azar.
Nuestros sentimientos son tan frágiles y volátiles que cualquier cosa, por pequeña que esta sea, una palabra, un gesto, una sensación corporal de hambre o sueño, hasta el calor o el frío, pueden hacernos cambiar de un estado de ánimo a otro.
Muchas veces nos sentimos estupendamente, pero un comentario inapropiado, la picadura de un mosquito o vernos inmersos con nuestro automóvil en un atasco, pueden convertir nuestra sensación de bienestar en una pesadilla, el día más precioso en el más horrible.
Podemos intentar racionalizar estos sentimientos uno a uno, pero parece una tarea imposible. Los sentimientos que nos generan parecen tener vida propia y gozar de un gran poder sobre nosotros.
En todo caso a lo que podemos aspirar es a aceptarlos, a no rechazarlos, a intentar conocerlos más profundamente y a intentar aprovecharlos para nuestro propio beneficio.
Lo que realmente diferencia al optimista del pesimista no son entonces las cosas que les suceden, posiblemente muy similares, sino la manera en que cada uno de ellos interpreta lo que le sucede y sobre todo como cada uno de ellos sabe manejar sus sentimientos ante ellos.
El optimista tiene sin duda un mayor grado de control sobre sus sentimientos que el pesimista.
Este último está completamente a merced de las cosas que le suceden que le van golpeando una y otra vez. El pesimista no goza de la menor anticipación ante los hechos. Mejor dicho, sí que sabe anticiparlos pero de manera negativa.
El optimista sabe manejar sus sentimientos y aún cuando las cosas que le suceden no son siempre agradables sabe aceptar sus emociones y trata de transformarlas de tal manera que constituyan algo positivo y nunca negativo.

Rose Gardner

Comentarios